domingo, 26 de junio de 2011
Un dia como hoy 26 de Junio en el año 2001...
Iced Earth publicó su album Horror Show
1. Wolf (5:19)
2. Damien (9:11)
3. Jack (4:14)
4. Ghost Of Freedom (5:11)
5. Im-Ho-Tep (Pharaoh’s Curse) (4:45)
6. Jeckyl And Hyde (4:39)
7. Dragon’s Child (4:21)
8. Frankenstein (3:50)
9. Dracula (5:53)
10. The Phantom Opera Ghost (8:41)
Aún recuerdo aquel compacto que con Jag Panzer, Nevermore, Sentenced, Moonspell, Rotting Christ, Strapping Young Lad y muchos más, la revista Heavy Rock presentaba los nuevos lanzamientos pertenecientes al sello Century Media, allá por el año 1997/98, bajo el jugoso título de Música Extrema. Esos nombres, nuevos para mí, sirvieron para proseguir mi aventura por los senderos del Metal, dejando aparcados temporalmente a aquellos Maiden que me abrieron el primer pórtico a este mundo de cuero y níquel.
Entre esas bandas del compacto estaba Iced Earth, un grupo que me sorprendió por esa oscuridad y elegancia tan propia del Doom (pero que no podía clasificársele directamente en ese estilo), con la cavernosa voz del gran Matt Barlow, que recuerda al fúnebre y denso registro de Peter Steele de Type O Negative, pero con un matiz más flexible y pasional que lo hace único en el panorama.
El tiempo pasó y la banda evolucionó, reinventando a su manera el Heavy Metal al adoptar la ceñida y sofisticada estructuración del riff de bandas míticas como Blind Guardian o King Diamond, pero ungiendo tal influencia con una oscuridad y épica propias, rozando suavemente los límites que separan la rama más clásica de los demás subgéneros que luego llegaron, como el Thrash, el Speed y el Power, alcanzando también a las ramas más oscuras para beber un sorbo de ellas y volver un paso atrás a su propio círculo clasicista, trazado éste por el legado de Maiden y Priest pero con la innovadora y potente rúbrica de Schaffer y los suyos, dando vida en pleno albor del siglo XXI al disco que definitivamente los impulsó a años luz por encima del underground y los terminó de definir como una banda de Heavy Metal, pero con su notable y personal aderezo de sombra y contundencia. Ese álbum fue llamado Horror Show…
La obra se presenta como conceptual, repasando los mitos de terror que viajaron de la literatura al celuloide, tales como el Drácula de Bram Stoker o el Frankenstein de Mary Shelley, tratados con el dramatismo, grandilocuencia y tinieblas que merecen, interpretados tras gruesos muros de riff de Heavy Metal del siglo XXI que son solidificados por el arte a los parches del maestro Richard Christy, que con su aparición aportó a la banda un nuevo dinamismo que la ciñó a esquemas realmente atractivos, ganando las composiciones de los de Florida un barroquismo y corpulencia de proporciones épicas, creando un digno escenario sonoro para rendir culto a esos mitos del género de terror.
El primer tema, Wolf, nos adentra en la ya célebre licantropía, bajo esa luna llena que transformó a un hombre en lobo. Tétrica a la vez que elegante, tras el melódico preámbulo la canción toma firmeza, envolviéndonos el áspero manto vocal de Barlow, un cantante de voz única, pues pese a haberlo comparado antes un poco con el frontman de Type O Negative, goza de tesituras que sólo ostenta él y nadie más, pues en el ámbito de las notas más agudas, al contrario que siempre ha pasado con el resto de cantantes de Metal, Matt no pierde un ápice de su aspereza y masculinidad generales, algo totalmente inverosímil, pero posible en la garganta de este barítono de ultratumba. Desgarrador estribillo, con esos graves y densos “… become a wolf” que atacan los flancos a modo de coros. Buen comienzo, aunque algo más tímido y minimalista que la mayoría de piezas que se avecinan, no tardando una de las mejores en caer…
Pues en el segundo corte ya llega la primera joya sacra del álbum, Damien, basada en la novela y film The Omen, traducido en España como La Profecía. El preliminar coro y su apocalipsis operística destellan cegadores sobre la negrura del reptante bajo de DiGiorgio, para desembocar en un bello pasaje de acústicas donde brota una delicada melodía que más tarde será soporte de algo grande, todo un evento en sí mismo de majestuosidad y dramatismo, que es el estribillo.
Pero no nos saltemos el protocolo, aunque la emoción me invite a ello. Tras esa intro coral y el posterior esbozo de lo que acabará siendo el cenit del tema, es turno primero del verso, que estalla de súbito entre eléctricas con un fiero riff que engarza ligados de semitonos en su gruesa línea, arropando a un iracundo Barlow que vocifera su texto con ese sórdido e hiriente “So the Beast resides in me…” con el que comienza, para luego terminar la estrofa con otro no menos tentador “Know the number of the beast/It's a number of a man/A number just for me”. Tras tal tormenta vuelve brusca la calma, repitiéndose ese pasaje de acústicas y su melodía, pero sumándose la voz de Matt y su sentida línea vocal, naciendo así el primer estribillo que aún sigue siendo un boceto, habiéndose sumado poco a poco cada elemento que conforma ese eminente chorus que después del segundo verso ya se alzará en todo su esplendor.
Muerto el segundo verso entra por fin ese apoteósico estribillo, empujado esta vez con más brío por la batería, con un solemne doble bombo donde el genio baterista intercala sencillas y dobles pegadas de caja sobre la sísmica línea de mazas, para erigir, junto al elegante goteo de esa melodía enmudecida, el escenario óptimo que arrope al majestuoso registro del cantante, que firme pero pasional desgrana el texto del chorus con una profundidad, un señorío y una emotividad que no he logrado experimentar con otra canción del género, regalándonos lo que para mí es uno de los grandes momentos de toda la obra, incluso llego a más, pues este épico estribillo de Damien, a parte de siempre poner al ralentí mis lagrimales, me hace sentir este tema hoy por hoy como uno de los grandes himnos de la historia del Heavy Metal, junto al soberbio Dracula de esta misma obra. Juzguen ustedes mismos, pero no intentéis convencerme de lo contrario, será en vano ;-).
Digno de mención es también ese inquietante interludio que se abre como un negro abismo tras el glorioso retablo del estribillo, ensombreciendo el tema con intrigantes arpegios y susurros del vocalista, que desafiante crea un original puente a un solo de infarto que ejecuta sus notas con un sentimiento y un mecer que hipnotiza, trabajado con unas escalas y melodías fastuosas que son enlazadas con gran maestría, haciendo lucir a la canción un semblante y temperamento de naturaleza imperial, y haciendo honor así a la solemnidad y opulencia que requiere este monumental Damien. El tema se despide con los últimos estribillos y un potente outro donde reaparece la obscura cantata mezzosoprano del inicio, amurallada esta vez por una implacable línea de riff sobre la que pasean arabescos contoneos de guitarra. Soberbio Damien, que en esta su adaptación musical superó a la literaria y la cinematográfica.
Menos ampuloso y más tajante nos ataca Jack, un trallazo que nos agarra para arrojarnos violentamente contra el húmedo adoquinado de un neblinoso Londres victoriano, en su medianoche de crímenes… ¿os suena?. Sí, ladies and gentlemen, ‘Jack el Destripador’ volvía a ser invocado en forma de canción, como hicieran los dioses Priest con su señorial y mágico The Ripper en el ’76, pero visto desde el prisma de Schaffer y su maquinaria ríffica último modelo, que a todo gas nos apisona bajo el lema ”I cut you once, I cut you twice, you’re my midnight sacrifice”. Presta masacre metálica.
La balada Ghost Of Freedom nos trae paz tras la guerra, no exenta de melancolía. Con ese mántrico timbre de Barlow, el tema nos sume en un denso y apacible trance, presentado con una composición vocal sencilla pero magistral y regalándonos momentos de gran fuerza. Luego, el siguiente tema nos posa sobre el antiguo Egipto para contarnos la historia de Im-Ho-Tep, el más famoso arquitecto de las primeras dinastías faraónicas, aquél que diseñó la Pirámide de Saqqara, siendo también el primer arquitecto conocido de la Historia. Inevitables eran los tintes arabescos para dar forma a este quinto corte subtitulado como La Maldición del Faraón, en el que su texto nos lleva a derroteros diferentes a lo que fue realmente aquel arquitecto deificado como dios de la medicina y la sabiduría, llevándonos al terreno de ficción a la que nos llevó el mito cinematográfico de La Momia, aquel film protagonizado por Boris Karloff en 1932.
Tras una solemne intro, el cantante nos superpone sus escalas sobre un entrecortado riff, para luego en el estribillo ganar intensidad su poderoso cántico de venganza sobre el feroz ‘pedaleo’ de Richard Christy. El solo no tiene desperdicio, fluyendo frenético su deje arábigo sobre la presta percusión.
Después es turno para El Extraño Caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, famosa novela de Robert Louis Stevenson que también tiene cabida en este Horror Show, preludiada su adaptación al Metal por un arpegio, rompiendo luego en un presto cabalgar con powermetalero riff incluido. La canción nos sorprende con extraños cambios de ritmo y secciones narradas que no son más que breves paréntesis para lo que es el ritmo general del tema, un tema rápido y trallero. Este corte, tanto en esos momentos dramáticos que narra el frontman como en ese riff base, recuerda mucho a la fórmula teatral y compositiva de King Diamond, además, tocando una temática tan terrorífica no podía encajar mejor esa comparación.
La pasional Dragon’s Child me recuerda en su proceder y su sentir a los Vintersorg más románticos y heavies del Cosmic Genesis, con un preludio muy atmosférico que es quebrantado por las eléctricas, galopando éstas para ser ornamentado marco del arte de Barlow, gran artista a la hora de sobrecogernos con su profundidad y temperamento. Muy para tener en cuenta esta séptima pista, coronada además por un halo ochentero muy notorio y grato.
Con más fruncido ceño se nos encara Frankenstein, con esos riffs opacos que encapsulan los gritos y susurros de Barlow, transcurriendo tétrico y corpulento hasta toparnos luego con la segunda gran joya del álbum, Dracula…
“¿Crees en el amor, crees en el destino?”. Así comienza, y en clave de balada acústica, esta canción de amor, condena y venganza que luego se electrifica y envilece entre prietos rasgueos de púa que cabalgan a golpe de baqueta y maza; “¿Ésta es mi recompensa por servir a Dios en Su propia guerra?”, pregunta iracundo el insigne caballero de La Orden del Dragón, encabezando esta tempestad ríffica que resucita la vieja esencia de los más tralleros Blind Guardian, pareciéndose Barlow en momentos de rabia como éste al propio Hansi Kürsch, eterno frontman del citado combo germano.
Como todo lo bueno, el estribillo se hace esperar, tras dos versos con sus correspondientes puentes, y al igual que en Damien, se hace bien notar alzándose suntuoso como un tsunami de emoción y fuerza. ”I am the Dragon of Blood, a relentless prince of pain”, relata Barlow con su imponente registro, un torrente que es principal artífice de que nos penetre la historia con todo su arrebatador romanticismo y poder. Melodías maidenescas se suceden después, que reforzadas por ese feroz y casi mecánico rasgueo de bordón ya distintivo de la banda, terminan de dar la rúbrica que reivindica su rango de ‘clásico del Metal’, y con dignísimo derecho, siendo para mí uno de los primeros himnos del género que inauguraron la antología metálica de aquel recién nacido siglo XXI.
Para terminar, con previos aires Folk llega The Phantom Opera Ghost, uno de los temas más extensos del álbum que cuenta con el atractivo aderezo de una contribución femenina en la voz, la de Yunhui Percifield, que encarna el papel de Christine, compartiendo texto con Matt en un continuo diálogo que en cada estrofa son intercambiadas sus líneas melódicas, una buena fórmula para mostrar cada uno distintos temperamentos, suaves, severos, y también buen contraste de voces, la angelical de Yunhui con la tosca y aunque no menos pasional de Matt, un oscuro barítono que cuando toma el papel operístico de la chica en ese trueque, sabe defenderlo más que dignamente, mostrándose todopoderoso entre el pétreo cauce de guitarras.
El desarrollo instrumental de la pieza es muy elaborado, ornamentando la contundente base de riffs con épicas melodías, llevándonos luego a momentos acústicos de gran delicadeza. Pero el cenit del tema llega a partir del instante 5:13, donde los cantantes erigen una especie de estribillo muy sentido que nos estremece hasta hundirnos en el asiento, con esa vibrante línea de ”You are the legend…” que la chica entona agitando con fiereza la frase en una salvaje pero preciosa trayectoria, siguiendo con ese ”The Phantom Opera Ghost” que nos escarba en el alma por su sentida sinuosidad, para seguirla luego Balrow y arropar lo que queda de ese chorus a su propia e imponente usanza. No debemos olvidar esa posterior incursión acústica, que intrincada rompe luego en eléctricas con un riff de bello corte Göteborg que bien acoge fuerza y elegancia en su embate, estallando en pleno albor del sexto minuto de canción con un poderío apabullante, gracias también al devastador acompañamiento de la percusión. La banda supo hacer una buena despedida con esta gran canción, muy hábil en composición, ejecución, hábil hasta en su mismo título, quizás para no parecerse en nombre a aquel clásico de Iron Maiden, que por cierto, en la edición especial de este álbum tuvo cabida su tributo a los británicos por parte de éstos de Florida, marcándose un potente Transylvania digno de mención.
Uno de los mejores álbumes de aquel año 2001 fue sin duda este Horror Show, que junto con el debut de Lost Horizon, hicieron de aquel año un año de esperanza para el Metal de corte más clásico, que supo renovarse sin perder su esencia para encarar victorioso el siglo XXI.
Bien que estrenó el milenio esta fabulosa banda de Tampa, este grupo inclasificable, pues no puede pertenecer directamente a ninguna rama del Metal Oscuro como podría ser el Doom, tampoco es Thrash, ni Power, ni Heavy, es sin más… Iced Earth, uno de los principales alquimistas que restauraron el acero para los tiempos venideros.
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